Los 82 de Donda

El diez de enero de 1928 en algún paraje hoy seguramente urbanizado de La Vega, doña Josefa Andújar dio a luz al que sería su último hijo. El padre, José Ramón Martínez, elegante como si fuera de la alta alcurnia y recto como si perteneciera a la Guardia, apenas sonrió con media sonrisa y se sintió aliviado de que las parteras hubieran terminado su trabajo y todos estuvieran bien.

A veces pienso en cómo nació mi padre, Darío Martínez Andújar, hace hoy 82 años. Trato de imaginar su infancia, sus primeros años. ¿Qué jugaba, qué hacía, cómo era su vida? Es siempre un ejercicio complicado, porque carezco de todos los detalles, y ni siquiera mi propio viejo los recuerda. Mi padre es un anciano extraño. Es una Wikipedia ambulante con datos sumamente pormenorizados acerca de casi cualquier persona que haya cruzado en su vida o haya tenido alguna trascendencia. Sin embargo, habla muy poco sobre sí mismo, sobre sus orígenes, sobre su historia. Quizás deba reformular mi frase: “mi propio viejo no quiere recordar los detalles de su infancia”.

Sé que fueron años difíciles, pero qué tanto, eso no lo sé. Imagino que para un niño nacido en los albores de la tiranía del Sátrapa, no ha de haber sido nada fácil criarse. Penurias, escaseces, sacrificios… creo que esas eran cosas comunes para mi padre en sus primeros años, aunque él no quiera contarlas.

Mi abuelo José Ramón murió hace alrededor de cincuenta años. Nunca lo conocí. Salvo alguna ráfaga de memoria que un día mi padre cuente, jamás supe nada sobre él. Apenas tengo una fotografía, curtida de años y preñada de recuerdos prisioneros, que muestra a quien en su juventud debió ser todo un galán. Mi abuelo.

De mi abuela Josefa no tengo fotos que no sean de ella ya una anciana. Adivino muchos rasgos faciales de mi abuela que pasaron a mi viejo, no así con mi abuelo.

La infancia de mi padre está contenida en una sola fotografía, también cuarteada y amarillenta donde se ve un niño de algunos siete u ocho años posando junto a un cerdo de proporciones inmensas. El niño aparenta ser rubio, y ese es el rasgo que vez tras vez mi padre resalta. “¿Yo? Yo era un rubito buenmozo” suele decir casi suplicándonos que le creamos. Y yo le creo porque también yo fui rubio, por supuesto.

Mi viejo no habla de su propia historia. Nunca ha querido contar nada más allá de lo que dice de su vieja foto. Mi madre me ha contado que él vino a Santo Domingo siendo aún adolescente y vivió en una pensión en la calle Mercedes. Trabajó y fue a la Universidad (entonces no era Autónoma) de Santo Domingo donde se recibió de doctor en farmacia, creo que en 1951.

Luego de ahí, los detalles son más frecuentes. Su farmacia, las jeringuillas Monoject, los productos de Jansen Farmacéutica, y hasta su propio producto, un tónico reconstituyente llamado Fersón (mucho mejor que el famoso Forty-Malt). Y así llegó Damarco, la prosperidad y las dificultades.

Mi padre hoy cumple 82 años. Lo que ha vivido mi viejo, la verdad es que no lo sabré nunca. Quienes conocen a mi padre saben que él es un incansable parlanchín, pero rara vez hablará sobre sí mismo en primera persona. Si acaso, lo hará para señalar cómo “el ladronazo de fulano de tal me engañó”. Y sin embargo, en medio de su silencio autoimpuesto sobre su propia historia, lo adivino orgulloso de haber llegado donde llegó viniendo de donde vino.

Tengo mucho qué agradecerle, sin duda alguna. ¡Felicidades, viejo!

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4 Comments Los 82 de Donda

  1. José Martínez

    Felicidades para tu padre, sin duda es una bendición llegar a esa edad.

    Por otro lado, a ver si entendí bien, ¿Tu papá inventó el Forty Malt?
    .-= José Martínez´s last blog ..Sunset =-.

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    1. Darío

      LOL, no, no era Forty-Malt, sino un producto similar al Forty-Malt, pero con muchas más vitaminas. El problema es que el Forty-Malt era mucho más famoso, por causa de la publicidad que le hacía Jack Veneno. 🙂

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  2. Iraida Martínez

    Tu abuelo José Ramón Martínez Cruz murió en el año 1968, un 27 de octubre, en la Policlínica de tu tío el Dr. Ramón de Jesús Martínez, en Río Piedras, Puerto Rico. Recuerdo haber llegado de mi primera comunión, tiempo antes y él se retrató conmigo ya en cama enfermo. Tenía apenas ocho años y lo ví morir, fué muy triste, pues los recuerdos que tengo, fueron muy lindos con mi Guela, mi abuela, a pesar de estar tan pequeña.

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