Mi amiga

La de la profunda mirada, a veces perdida en un punto focal imaginario, más veces atenta al contoneo del humo que baila en la punta de su cigarrillo.

La de la negra cabellera, que se derrama abundante y pródiga en cascada sobre sus hombros y mis ansias, con igual intensidad que despreocupación.

La de la sonrisa, la que aún con un lenguaje tan rico en adjetivos posee la sonrisa indescriptible, la dueña de la más dulce conjugación de labios.

La que aunque parezca redundancia, es ardientemente cálida, y aunque parezca paradoja es sólo cálida si se la sabe encender.

La que no depende, sino que se cuelga; la que no espera sino que aguarda; la que no mira, sino que admira; la que no habla, sino que canta en prosa, y en versos rotos o mal pegados con esmalte de uñas, como medias de nylon que se entretejen cada día a mi alrededor.

La que me ata, y también me desata. La que me levanta con una caricia y me destruye con una palabra.

La erótica.

La amante de otro hombre, la madre de otros hijos, la que aunque he deseado con paciencia, ya me niego con cautela y de la que me aparto satisfecho. Aunque no lo quiera.

La que a veces se hace la tonta y pretende necesitar de mis piropos para saberse hermosa, la que sin obligación de ello, se congratula cuando la llamo princesa, como si no lo supiera. Como si no lo viera. Como si no lo fuera.

Ella es mi amiga

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